viernes, 23 de diciembre de 2011

Abuelito dime tú

germán_mansilla

Benidorm. Un día cualquiera, de un mes cualquiera. Playa de Levante. Decenas de jubilados, perfectamente uniformados, ejercitan sus cansados músculos en la arena. Descalzos, con lentos movimientos al unísono al escuchar las órdenes de una monitora. No se molesten, no le busquen, Carlos no está ahí. Tampoco en el paseo de la tarde, ni en la cena y posterior baile de 'Los Pajaritos' con María Jesús y su acordeón. Él, ha preferido quedarse en casa. Está haciendo la maleta porque ha decidido partir lejos, una vez más.

A Carlos también le duelen las rodillas y la espalda pero está hecho de otra pasta. Todo comenzó hace más de veinte años, en el Nanga Parbat (Pakistán), la novena montaña más alta del mundo, y terminará, porque terminará, en los próximos dos años con las ascensiones del Kanchenjunga, el Annapurna y el dichoso Dhaulagiri. En total serán '14 ochomiles'.

El héroe del que les hablo vive tranquilo. Ha tenido que llegar a los 70 años para que los medios de comunicación empiecen a hablar de él y la fama le ha cogido con los dos pies bien plantados (formó parte de la primera expedición española que viajó al Himalaya en 1973). Asegura que lo pasó mal en su infancia y toca creerle. Vino al mundo con el fin de la Guerra Civil española, por lo tanto, sabe lo que es escalar grandes retos. Salió del colegio a los once años pero su sabiduría le permite mantener conversaciones de cualquier tema. Como hombre de montaña, la naturaleza le ha enseñado muchas cosas pero sobre todo a contemplar la vida con cierta perspectiva. Tiene esa mirada pícara con media sonrisa que te da a entender que calla más que habla.



Al fin y al cabo, Carlos Soria es un tapicero más, con alguna rareza que otra. Inculcó a sus hijas el amor por la montaña y, en lugar de invertir su tiempo en el cine o en el Parque de Atracciones (que también lo harían) iban en familia juntos a disfrutar de largas rutas en la naturaleza. Cuenta Soria que volviendo de una expedición fueron a recibirle sus hijas al aeropuerto vestidas de comunión. Lo que en otra familia hubiera sido un motivo de discusión en la suya era normalidad absoluta, "ellas (por sus cuatro hijas y su mujer) me han conocido así" explica el testarudo abulense.´



Pero son 72 años y casi 60 en la montaña. Carlos ha visto de todo, lo bueno y lo malo de un mundo que con su profesionalización ha dejado en el camino valores como la honradez y el verdadero amor por la naturaleza. "Demasiada mentira rodea a la montaña" cuenta el alpinista y no le falta razón. La financiación de BBVA para conseguir 'El Reto' no ha cambiado ni un ápice las aspiraciones de Soria. El respeto hacia lo hecho anteriormente por sus compañeros, el sufrimiento y el recuerdo a los amigos perdidos y, ante todo, la ilusión por demostrar a la gente joven que querer es poder.

La grandeza de sus hitos se fragua en su edad. Hasta los cincuenta y un años no consiguió ascender su primer montaña de 'ochomil' metros y ha sido en estos últimos veinte años cuando ha logrado once de los catorce picos. No se lamenta por su menor elasticidad y velocidad, al revés, potencia su fondo para ganarle metros a las cumbres. Y vive sabiéndose un gran conocedor de la montaña aunque hasta hace cuatro días haya sido un gran desconocido para la gente de la urbe. En una entrevista en El País, el 11 de noviembre, tras la expedición fallida al Dhaulagiri, decía que "la montaña no es solo subir, si piensas eso eres muy pobre", haciendo alusión a la peligrosidad de manejar una expedición no sólo en las subidas sino en las terribles bajadas y a lo que implica el subir hasta una cumbre, con todo lo que vas dejando y recogiendo en el camino. Porque si algo se puede aprender de Carlos Soria es que no cambia el fin por los medios. Ha sabido disfrutar de cada experiencia aunque no siempre haya conseguido el objetivo marcado.

Ahora que los jubilados de la playa de Benidorm habrán terminado sus estiramientos y estarán volviendo al hotel para descansar, Carlos Soria está cavilando un nuevo asalto al Himalaya. Y entretanto su nieta, sobre sus piernas, le mira como si fuera un abuelo más, pero cuando el héroe la pregunta "¿los abuelos de tus amiguitos no suben montañas?" La niña niega con la cabeza.



Es extraño tener que escribir de un hombre de 72 años que día a día demuestra tanto. No sé si es admiración o respeto. Seguramente las dos. Provoca una sensación cuando le ves o cuando le escuchas que te obliga a parar y pensar "un momento, ¿qué estamos haciendo?" Un ejemplo, para jóvenes y viejos. Y aun tiene por delante toda la vida.

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